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El tabú del suicidio

The Falling Man y el tabú del suicidio. El drama que está, aunque no quieras verlo.

Con motivo del inminente vigésimo aniversario de los atendados terroristas del 11S, en los últimos días se han estado difundiendo en diferentes medios de comunicación gran cantidad de noticias, películas y documentales sobre este dramático acontecimiento que cambió la historia de la humanidad. Entre todos esos contenidos, he podido ver recientemente un documental muy interesante; “El hombre en el aire” (9/11: The Falling Man).

En dicho documental, Henry Singer, narra la historia de cómo las imágenes de las personas que saltaron por las ventanas de las torres gemelas, tras dar inicialmente la vuelta al mundo, fueron retiradas de todos los medios de comunicación estadounidenses.

Todas esas imágenes fueron sustituidas por fotos de bomberos y policías en su esfuerzo heroico por rescatar a sus compatriotas, historias de afortunados supervivientes que lograron escapar in extremis, retratos de neoyorquinos mostrando innumerables muestras de solidaridad, etc.

Un periodista cuenta ante la cámara que al preguntar en la oficina del forense de Nueva York por el número de personas que saltaron de las torres fue corregido por un funcionario con el argumento de que nadie saltó, sino que esas personas salieron despedidas del edificio por el impacto de los aviones. 

No se volvió a hablar de esas personas, no se volvió a ver a nadie precipitándose al vacío.

Este es el más cercano y radical ejemplo de tabú del suicidio que puedo recordar. La explicación social y cultural es relativamente sencilla, la cultura occidental (principalmente) combate de tal modo el concepto del suicidio que niega la posibilidad de concebir que alguien decida acabar con su propia vida, ni siquiera como alternativa a las llamas.  

Nos supone un inmenso dolor asumir que otro ser humano pueda haber sufrido una situación tan horrible que haya preferido saltar desde un piso 102 que seguir ahí un segundo más. Necesitamos consensuar una cognición social que nos haga sentirnos protegidos ante esa posibilidad y optamos por negarla entre todos.

Mi hijo pequeño juega a taparse los ojos cuando no quiere alguien le vea, como si negarse la visión a sí mismo supusiera negársela al resto, como si no ver algo significara que eso dejase de existir. Esto parece un juego de niños (de hecho, lo es) pero si todos los demás le siguiéramos el juego y lo convirtiéramos en un acuerdo social para taparnos los ojos a la vez, la cosa cambiaría. Yo no te veo, tú no me ves, nadie nos ve… no estamos aquí.

La Organización Mundial de la Salud cifra el número global de suicidios entre 700.000 y 800.000 al año. Si has tardado un minuto y medio en leer hasta este punto del artículo dos personas se han suicidado en el mundo desde que has comenzado.

¿Imaginas leer cada día en las noticias los nombres de 9 personas que se han suicidado en España? No vemos esa realidad, pero eso no hace que desaparezca. Las cifras siguen ahí del mismo modo que yo no desaparezco cuando mi hijo se tapa los ojos si le descubro pintarrajeando una pared.

Principalmente desde la conversión al cristianismo del imperio romano, la prevención occidental del suicidio se centró en su prohibición; la condena eterna del alma, la negación de las exequias, la expropiación de los bienes del suicida, etc. Los ejemplos históricos de condenas a muerte como castigo por haber intentado suicidarse son tan paradójicos como prolíficos a lo largo de los siglos. En España la negación del entierro en suelo sagrado del suicida estuvo vigente en el derecho canónico hasta 1983.

Para Platón el suicidio era una deshonra (aunque eximía casos como el de su maestro Sócrates porque se suicidó por mandato legal), para San Agustín suicidarse no era cosa de cuerdos ni de sabios y Santo Tomás lo definió como un atentado contra las leyes naturales del cosmos.

Pero este tabú, lejos de prevenir el problema, lo perpetúa.

¿Quién contaría que, a veces, piensa en suicidarse si teme ser ignorado o tachado de loco o de cobarde?

¿Quién gastaría el dinero de los impuestos en la prevención del suicidio si los contribuyentes creen que son casos aislados, aunque las muertes por suicidio dupliquen las ocasionadas en accidentes de tráfico?

     

¿Quién invertiría en cuidar la salud mental de nuestra sociedad si a quien lleva el asunto al congreso lo mandan irse al médico?

El tabú del suicidio no es monopolio de ninguna cultura o sistema económico, político o social.

He escuchado a un jefe de poblado de una remota comunidad indígena del Amazonas decirme “nosotros no tenemos miedo de matarnos, tenemos miedo de morirnos”, he oído a un profesor centroafricano afirmar que “eso del suicidio es cosa de países ricos” y a compañeros europeos sostener que es normal que haya tantos casos de suicidio en las comunidades con las que trabajo porque son muy pobres. Tampoco es patrimonio exclusivo de los guionistas de Hollywood. Una vez di una conferencia en un congreso de la Universidad de la Habana y al terminar una estudiante pidió la palabra y me espetó; “profesor, aquí vivimos libres del capitalismo y esas cosas no pasan”.

Ni en las distopías de Huxley y Orwell, ni en la Utopía de Tomás Moro hubo nunca sitio para la posibilidad de que alguien se quitase la vida, pero a nadie se le escapa que negar un problema sólo sirve para enraizarlo.

David Hume escribió un brevísimo ensayo sobre el suicidio con una conclusión tan sencilla como profunda; nadie se quita la vida si ésta merece la pena ser vivida.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP) conmemoran conjuntamente el día de hoy, 10 de septiembre, como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio.

Conmemoramos hoy el día de la prevención del suicidio para animar a hablar de ello y pedir ayuda a quien esté sufriendo tanto que, a veces, se plantee terminar con su propia vida.

Conmemoramos hoy el día de la prevención del suicidio para señalar a los gobernantes un problema social que debe ser atendido.

Conmemoramos hoy este día para contribuir a construir sociedades en las que nuestras vidas merezcan la pena ser vividas.

Debemos, además, hacerlo hoy porque mañana se cumplirán 20 años del 11 de septiembre y querremos volver a hablar de héroes y villanos y no de personas que viven tal infierno que no encuentran otro remedio que abrir la venta y saltar. Hoy la comunidad internacional señala con el dedo a esa foto de un hombre en el aire que nadie quiso ver el 12 de septiembre de 2001.

Dar a conocer un problema es dar a conocer sus soluciones. Retomando la conclusión de Hume, la prevención del suicidio no puede ser la condena a la resignación y el sufrimiento sino el ofrecimiento del soporte necesario para hacer que la vida recupere su sentido y merezca de nuevo ser vivida.

Se puede pedir ayuda a tiempo, se debe prestar ayuda a tiempo y si estás leyendo esto, estás a tiempo para cualquiera de las dos cosas.

 

Escrito por Miguel Ángel Estévez, profesor de Psicología en el CES Cardenal Cisneros.

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